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Johnny McDonald

A pesar del nombre del personaje del título, aviso, no esperen leer acá sobre ningún gurú de la transformación de la empresa familiar. El señor McDonald ha sido batería del grupo musical nicaragüense Llama Viva durante más de 40 años y esto va de equipos de alto rendimiento. Fue hace como un mes cuando unos amigos me llevaron a ver un concierto tributo a Santana y a Creedence Clearwater Revival. La invitación no dejó de inquietarme. La idea de un grupo de músicos nicas tocando rock & roll me pareció un poco extraña. Tanto, supongo, como le parece a los nicaragüenses la idea de un grupo de españoles tocando rock. En cualquier caso, disciplinadamente, me apunté al evento dado el entusiasmo de mis amigos (y sobretodo de mi esposa…). Y me quedé completamente sorprendido. Lo que vi fue un ejemplo de buen hacer musical pero lo que más me sorprendió fue que, en un momento de la actuación, me pregunté a mi mismo: ¡pero quién es el líder de este grupo! Y no me fue fácil responderme. Primero me pareció que el cantante era el líder. Era uno de los más jóvenes (unos 35 años), ocupaba la posición central del escenario y era el que, como su nombre indica, cantaba más. Sin embargo, en un momento determinado se fue del escenario… O sea, que no era el líder o, por lo menos, no en los momentos en que se iba vaya usted a saber dónde… Luego supuse que el líder era el guitarrista. Un chico jovencísimo con un virtuosismo asombroso con la guitarra eléctrica. Había momentos en que el chaval brillaba y parecía en que en el escenario sólo estaba él. Pero, después de unas cuantas canciones, lo descarté como líder. La idea de que un joven de 20 años liderara a un grupo de  provectos rockeros (jóvenes de más de 50 y de más de 60) que ya llevaban tocando juntos 20 años cuando él nació no me pareció lógica. Además, el chaval, cuando llegaba un momento en que él no tenía que tocar, se lanzaba a su celular. Sospecho que diciéndole a la novia cuánto le quedaba para dejar a sus compañeros y pasar a buscarla. Mis prejuicios de persona con más de medio siglo hizo que mi apuesta volviera a los músicos más mayores. Entonces, me sorprendí a mi mismo absorto con el percusionista detrás de los bongos. A pesar de su parecido con el padre del actual líder norcoreano, lo deseché como líder de la banda. Tal vez por más prejuicios míos… ¿bongos y rock y liderazgo y Corea del Norte? De repente lo tuve claro. Claro!! El bajista. Era la viva imagen de Carlos Santana así que debía ser el líder!! Además, le pillé varias veces dando la entrada y marcando el ritmo para que el joven guitarrista pudiera lucirse sin opacar al resto antes de escribirle a la novia que no, que aún no terminaban de tocar, que le esperara. Y cuando mis pesquisas en búsqueda del líder de la banda parecían haber terminado, mi vista recaló en otro percusionista. Mayor, con un sombrerito más propio de la Salsa que del Rock. Manejaba una especie de batería eléctrica y unos timbales. Cantaba, dio unas palabras de bienvenida, marcaba el ritmo alternándose con el doble de Santana. ¿Sería él el líder? A todo esto, tras varias canciones no había ni rastro de Johnny McDonald. Detrás de una batería enorme se sentaba un joven de veintitantos. Magnífico por cierto. Finalmente llego Johnny. Vestido de blanco de pies a cabeza. Prototipo de granadino. El joven le cedió su puesto al frente de la batería. ¿Otro líder? Mi orgullo profesional de catador de talentos ya no lo soportaba más… No daba ni una. Pero lo más sorprendente fue que tras un par de canciones, el joven baterista se sentó junto a Johnny tocaron juntos la enorme batería. Impresionante. El pianista hizo un solo. Y brilló. El joven guitarra se marcó un solo. Y brilló. El doble de Santana brilló haciendo protagonista a su bajo. El doble de Kim Jong-il brilló con sus bongos. El señor del gorrito brilló. Todo el mundo en la banda brilló. Varias cosas más casi me hacen levantarme e hincarme de rodillas ante la banda: •    Su desempeño conjunto fue excelente. Juntos sonaban de maravilla y mantuvieron a los asistentes de lo más contentos oyéndoles. •    A ellos, a los músicos, se les veía disfrutando como locos, gozando de lo que les unía a pesar de ser tan distintos por edad y por el instrumento que cada uno tocaba. •    Era sorprendente su coordinación. Se notaba que le dedicaban tiempo a los ensayos, a mejorar como grupo. •    Se ayudaban a brillar unos a otros. Colaboraban en vez de competir. Pero hubo una cosa más. Algo mágico y ritual. Todos los presentes asistimos, sin saberlo, a un rito perfecto de sucesión. Johnny McDonald escenificó perfectamente lo que debe ser una sucesión generacional. Cuando estaba tocando la batería, se fue echando para un lado y permitió que el joven baterista que comenzó el concierto, se sentara a su lado. Juntos tocaron varias canciones y en una de ellas, Johnny se fue levantando poco a poco, sin dejar de tocar, disfrutando de compartir el mando con su heredero. Hasta que en un momento mágico, sin que la audiencia casi se percatara, Johnny dejó de tocar mientras todo el protagonismo pasó a su sucesor. Y Johnny no desapareció del escenario, se quedó ahí sin estorbar, como diciendo “yo sigo aquí, pero ya no toco, ahora disfruto…” Todo un ejemplo para los líderes de las familias empresarias y para sus ejecutivos. No vayan a Harvard, Warthon o Babson a aprender cómo se gestiona una sucesión generacional ni como se construye un equipo de alto rendimiento… vayan a la mágica Managua y con un Flor de Caña en la mano disfrútenlo en vivo y en directo.
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