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Odio la tecnología

odio-la-tecnologiaPoco antes de tomar un avión a Guatemala recibo en mi correo electrónico una newsletter (a la cual nunca me suscribí) preguntándome desde su titular “¿HA PENSADO QUE SU SIGUIENTE AYUDANTE DE RRHH PUEDE SER UN ROBOT QUE HABLA?” Salgo para el aeropuerto preguntándome si debería tener un “siguiente ayudante” de algo… Y si debiera ser un robot… Llego al aeropuerto de Managua y compruebo que mi teléfono ha vuelto a cambiar los iconos de las aplicaciones de sitio. Ha debido decidir que como sólo uso el correo y el “guasap”, el resto lo puede cambiar de lugar a su antojo porque nunca lo voy a descubrir. Lo descubro. Me molesto con el aparato. Le da igual. Me monto en el ATR-72 y la revista de la aerolínea me avisa desde uno de sus artículos de que “NO ESTAMOS ANTE UN APOCALIPSIS LABORAL”. La frase me tranquiliza a medias. Tal vez debiera pensar seriamente en contratar un “siguiente ayudante” robot para lidiar con el apocalipsis que no llegará. La frase es de una entrevista a Jerry Kaplan y dice cosas como “la inteligencia artificial es la próxima ola de automatización… A CORTO PLAZO PUEDE REEMPLAZAR A GENTE pero sobre todo cambia la naturaleza del trabajo”. Llego a Antigua. Tengo un taller con el equipo ejecutivo de un empresa familiar agroindustrial para ayudarles a definir la cultura y el tipo de liderazgo que necesitan para alcanzar su visión en el año 2025. En un par de semanas repetiremos el ejercicio con la Junta Directiva y la representación de la familia empresaria accionista. Cuando llego al hotel el internet no funciona. Mi máquina ha decidido que soy un burro por querer conectarme y pasar la noche trabajando en Antigua. Así que se pone en huelga y decide cambiar la configuración de no sé qué y me tengo que ir a cenar. Voy al Panza Verde. Por una vez, mi laptop ha tenido razón. Salgo para Managua. Otra vez al ATR. Vuelvo a ojear la revista. Entre anuncios de universidades, condominios y una empresa de lencería que celebra sus 60 años mostrando modelos de 20, me vuelve a asaltar un artículo: “Apps imprescindibles para tus viajes”. No tengo ni una. Parece que prescindo, sin saberlo, de apps imprescindibles. “Necesitamos amigos” el artículo de Ramiro Valencia Cossío me anima. Voy a leer algo que no tiene que ver con “siguientes ayudantes” robóticos ni con apps. Me equivoco. El artículo dice: “Hoy se discute si la inteligencia artificial se desarrollará de tal manera que algún día serán las máquinas quienes decidirán si nos aceptan a los humanos como sus mascotas”. Una imagen en mi cerebro me produce escalofríos. Por fin en casa. Trato de ver Netflix. El control remoto de un solo botón se empeña en poner lo que le viene en gana. No consigo poner la serie de chinos que estaba viendo.  Me paso a la televisión normal. Bueno, llamo a mi hijo para que él me ponga la televisión. Y lo primero que veo es la imagen de un robot blanco con cara de tonto y que camina como si pisara clavos bailando la Macarena de forma espasmódica. No pasa mucho tiempo antes de que mi hijo me pregunte si creo que en el futuro mi trabajo lo harán robots. Mi cerebro le menta la madre a todos los robots del mundo y me dice que está hasta las narices de los benditos robots. Por fin, le contesto a mi hijo que no sé si en el futuro los robots harán mi trabajo y que sólo espero que si eso pasa sea después de que haya podido pagar todas las deudas que tengo gracias a mis hijos… Mi hijo sonríe y calla. Odio la tecnología. Y ella me odia a mi. Pero reconozco que la tecnología está dándole forma nueva al mundo delante de mis ojos. Es una señal del paso de mi edad.  Los miembros jóvenes de mis familias clientes tienen una relación distinta con las pantallas a la que tengo yo. No siempre una relación productiva. A veces, los teléfonos les sirven de escudos. Dicen algo que intuyen puede molestar a otro familiar y, en seguida, se esconden tras sus teléfonos. Pero la tecnología es sólo uno de los 4 fenómenos que, en mi opinión, cambiaron radicalmente el mundo en los últimos 30 años. El primer hecho histórico que cambió radicalmente lo que conocíamos fue la caída de la URSS (marzo 1990 – diciembre 1991). Eso acabó con un mundo bipolar y maniqueo. Y nos metió de golpe en un mundo multipolar. Donde los grandes dogmas se ponían en cuestión. Y, en América Latina, supuso el inicio del final de los movimientos revolucionarios. El segundo hecho es la generalización de internet a través de los dispositivos móviles a inicios del siglo XXI. En muy poco tiempo se ha democratizado el conocimiento y la comunicación y la creación de opinión. Y, como resultado, se ha imprimido una velocidad nunca antes vista a las relaciones humanas, sociales y económicas. El tercer hecho es de naturaleza ideológica y se trata de la apertura de los mercados. Eso generó la era de mayor intercambio internacional de bienes en la historia de la humanidad. Con hitos destacados como los TLC´s o la entrada de China en la OMC en diciembre del 2001. El cuarto hecho, la globalización, es consecuencia de los anteriores. La globalización del capital, de la moda, de la cultura. También del terrorismo, de la droga, de la trata de seres humanos… Definitivamente, la gente que está cerca de los 30 años de edad se ha criado en un mundo muy diferente al de sus padres y abuelos. ¿Qué consecuencias traerá eso en las familias empresarias? ¿Serán capaces de captar el compromiso de los milenials de la familia? ¿Sabrán como aprovechar su visión tan distinta del mundo? El Foro de la Empresa Familiar va a llevar a cabo una investigación rigurosa para saberlo.
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