Wikipedia dice que las virtudes teologales son los “hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones a Dios mismo”. Hábitos, inteligencia, voluntad, acción y trascendencia. Todas palabras claves para las familias empresarias.
Con independencia de las creencias religiosas de cada uno (o la ausencia de las mismas), las tres virtudes teologales de la doctrina católica son una guía útil para los procesos de cambio y transformación organizacionales. Y más aún, creo, en los procesos de cambio en las familias empresarias y en sus negocios.
Tanto lo creo que es lo único que les pido a las familias que me dejan acompañarlas en esos procesos que normalmente suelen conllevar retos de profesionalización y de sucesión en los liderazgos de la Familia, de su Patrimonio y de sus Negocios.
Fe, Esperanza y Caridad.
Fe.
Fe en ellos mismos, en los otros (incluyéndome a mi) y en el proceso de transformación en que nos embarcamos juntos.
La fe, entendida como confianza, es una elección no una consecuencia. Elegimos tener fe, tener confianza. Cuando tenemos confianza en nosotros mismos o en los otros las cosas nos salen mejor y, sobre todo, elegimos nuestras conductas en función de lo que queremos que suceda, no de lo que no queremos que pase. La autoconfianza no es soberbia ni ingenuidad, es confianza sin miedo. Es acción y pensamiento. No miedo ni parálisis.
Creo que la fe en el proceso es aún más difícil. Cuando una familia se embarca en un proceso de transformación (sucesión y profesionalización, las más de las veces) inician un camino incierto. Saben dónde inician y dónde cada uno de ellos quiere llegar pero no exactamente dónde quiere llegar el resto. Es como un vehículo manejado por turnos donde cada piloto elige la ruta. Cuando uno no es el piloto, le da pavor que los otros lleven el barco hacia las rocas.
Cuando hablo de fe en el proceso me refiero a respeto por la hoja de ruta generada, o al menos aprobada, por consenso. La confianza en el proceso es fundamental porque veo los cambios en las familias empresarias son procesos de construcción conjunta. Es decir, todos los pasajeros tienen que ponerse de acuerdo en la velocidad, ruta y paradas del barco. Mi único trabajo cuando ayudo a una familia consiste en gestionar ese proceso. Y necesito que todos los pasajeros aguanten su ansiedad de imponer el destino final, incluso cuando estoy de acuerdo en que determinado destino y ruta es la mejor. Pero me importa más que esa ruta, e incluso el mismo vehículo, sea construido entre todos que el llegar lo antes posible. A eso me refiero con fe en el proceso.
Esperanza.
En realidad, la esperanza también es fe, fe en que el futuro, en que lo que está por venir va a ser mejor.
No hay nada más desesperanzador que el pesimismo para quienes tienen que navegar en la incertidumbre de un proceso de cambio profundo. Tom Peters, el gurú del management lo escribió hace años; “se puede ser optimista o pesimista pero, por favor, si eres pesimista no te metas a líder”, (cito de memoria, o sea que casi seguro que no escribió eso exactamente pero esa era la idea).
Caridad.
Las definiciones de la caridad incluyen conceptos como la exigencia de la práctica del bien, la reciprocidad, el desinterés y la generosidad, la solidaridad con el sufrimiento ajeno, el auxilio a los necesitados…
Cuando les pido a las familias caridad no les estoy pidiendo un favor, ni filantropía. Les pido acción. Y la acción cuesta esfuerzo.
Practicar el bien. Sí, el bien requiere práctica. En los procesos de cambio siempre surge la tentación inconsciente de quedarse en la superficie. De decir que hay que cambiar pero esperar que sean los otros los que lo hagan.
La caridad también es empatía: solidaridad con el sufrimiento ajeno. Y la empatía es esencial para cualquier transformación colectiva. La mayoría de mis clientes tienen una inteligencia superior al promedio y una formación académica excelente. Sin embargo, no es lo cognitivo, lo intelectual, lo racional lo que les lleva al éxito en los cambios de rumbo críticos que afrontan. El éxito tiene mucho más que ver con poder comprender al otro. Y, a partir de ahí, dar. Sí, dar. Hacer algo. No esperar.
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